Hace unos
días, me encontraba en una reunión de nuestro Comité de Calidad (CC),
revisando, entre otros aspectos, los elementos que conforman nuestra Identidad
Corporativa: misión, visión, valores. Todo iba bien, hasta que llegamos al
punto de valores. Entonces, se desató una discusión acalorada en la que parecía
que todos teníamos una definición propia. Cuando la
situación llegó a un punto crítico, quien ejerce la función del Representante
del CC solicitó la palabra y sugirió que revisáramos el marco conceptual sobre
el cual basamos nuestra discusión y definición de valores que resumieron
nuestro espíritu empresarial, allá en el año 2003. Ayudado por una presentación
en Powerpoint, nos recordó que los principios, son universales y exógenos y los
valores son propios del individuo.
Si nuestro comportamiento se basa en los
valores, alineados al respeto de los principios se generan virtudes-disposición
constante del alma que nos incita a obrar bien y evitar el mal-cardinales:
prudencia, justicia, fortaleza y templanza y teologales: fe, esperanza y
caridad, que nos acercarán al objetivo planteado.
Con este
procedimiento de revisión de conceptos, se retornó a la senda y concluimos la
reunión satisfechos, en provecho de nuestra organización. Sentí alivio y
visualicé que un mecanismo tan sencillo como éste fue válido en la época de las
cavernas, en la época industrial, en el siglo XX, es válido actualmente y lo
seguirá siendo en el futuro, mientras el hombre busque convivir en sociedad.
Siempre
escucho posiciones que exponen que nuestra principal diferencia con los
animales radica en nuestra capacidad de pensar. Considero que este plantea-
miento es parcial porque soy de la opinión que nos diferencia también nuestra
capacidad de reír, llorar, etc. En pocas palabras, somos seres que pensamos y
sentimos, somos seres inteligentes y emocionales.
Recuerdo a
un experto en mercadeo diciendo: “los seres humanos decidimos con el corazón y
recién entonces utilizamos la razón para justificar nuestra elección. Por lo
tanto, si queremos ganar clientes, debemos conquistar primero su corazón y
luego su cerebro”.
Interesado
siempre en entender al ser humano, pregunté cómo y me respondió lo siguiente:
“Existen seis deseos que determinan la elección de todos nosotros. Cuatro de
ellos apuntan a nuestro corazón; los otros, a nuestro cerebro. Los
primeros son seguridad, diversión, singularidad y conexión, mientras los siguientes,
corresponden a deseos de mejora personal y de hacer contribuciones
desinteresadas a otros.
Aterrizando
estos conceptos, debemos tener presente seis fundamentos en la gestión de
nuestros clientes: diseño de una oferta competitiva, la entrega correcta, tener
un buen sistema de gestión de reclamos, comunicar bien los elementos
excepcionales, contar con algún elemento excepcional en la entrega y lograr que
los clientes tengan aprecio por nuestra marca porque nos prefieren.
Hay tres
tipos de motivaciones que llevan a las personas a actuar: motivación
extrínseca, que le mueve a conseguir resultados extrínsecos, y la motivación
intrínseca y trascendente que le mueve a conseguir resultados intrínsecos y
trascendentes respectivamente. Normalmente lo que lleva a una persona a tomar
una decisión u otra es la combinación de estos tres tipos de motivaciones.
Las
personas tratarán que este proceso sea eficiente, destinando el mínimo de
recursos; eficaz, tratando de obtener los resultados deseados; y, efectivo
cuando se alcanza la eficiencia y eficacia al mismo tiempo.
Una vez que
tenemos claro los deseos que mueven a nuestros clientes y los fundamentos de la
atención a ellos, el objetivo es crear un círculo virtuoso entre el mercado y
nuestra empresa, a través de ofrecer más de lo que les gusta (más atención,
p.e.) y menos de lo que no (inseguridad, p.e.) creando un estado de ánimo de
positivismo que genera repetición y recomendación de los clientes porque
sienten que se los apoya a mejorar su rentabilidad y se añade valor a su
operación.
Considero
que el positivismo es una cuestión de perspectiva; por lo tanto, más que pensar
en aquellos personajes que al ver un vaso dicen “lo veo medio lleno” o “lo veo
medio vacío” me gusta recordar la siguiente anécdota.
En una
ocasión, una empresa desarrolló un proyecto para exportar zapatos a la India.
Para hacer las primeras observaciones del potencial tamaño del mercado, la
gerencia envió a dos de sus vendedores a diferentes ciudades. A los pocos días
se recibe una comunicación de uno de los los vendedores en los siguientes términos:
“Cancelen el proyecto. Aquí nadie usa zapatos”. Sin conocer esta comunicación,
días después, el segundo envió el siguiente mensaje: “Tripliquen el proyecto de
exportación. Aquí todavía nadie usa zapatos”.
Tanto la
ley natural como el sentido común nos advierten que se cosecha lo que se
siembra. Estoy convencido, por ello, que si nos relacionamos de manera positiva
con nuestros semejantes aumenta la posibilidad que ellos nos traten con
apertura y nos sean recíprocos y encontremos juntos oportunidades que explorar.
Lcdo. Kurt
M. Hansen-Holm
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